Niños que viven y recorren las calles, el testimonio de Emaús Satu Mare
Muchas de las personas que viven en la calle en Europa son aquellos y aquellas que acabaron allí durante su infancia. También es el caso para una gran parte de las compañeras y compañeros de Emaús.
En Rumanía, se creó exprofeso una comunidad para permitir a los jóvenes que salen de la institución, construir su vida adulta sin pasar por la calle. Nos reunimos con Jean-Philippe, Presidente de Emaús Satu Mare, para que nos hable de sus acciones. Estas podrían servir de ejemplo a otros grupos Emaús europeos…
Buenos días, Jean-Philippe, ¿podrías explicarnos cómo funciona vuestra comunidad?
Nuestro grupo nace de la voluntad por proponer una alternativa a los jóvenes mayores de edad, que pasaron su infancia en manos de los servicios sociales y quienes, a los 18 años, deben desenvolverse solos sin haber sido preparados para ello. Les ayudamos a reconstruirse tras estas experiencias, a menudo traumáticas, y a centrarse en el futuro, por medio de un aprendizaje de las nociones básicas de la vida cotidiana y profesional. La comunidad es un puente entre los centros de menores y el mar abierto que supone una vida independiente.
A pesar de que muchos de estos jóvenes que se encuentran en la calle tienen historias parecidas de un país a otro, existe una historia específica en Rumanía. ¿Podrías explicarlo?
Muchos se acordarán de las imágenes de los orfanatos rumanos que dieron la vuelta al mundo a principios de los 90. La dureza de las condiciones de vida en la Rumanía de Ceausescu, una concepción terrible de la discapacidad a partir de los 70 (que distinguía entre aquellos niños que podían recuperarse y los que no), un sistema institucional absurdo, en el que a los menores internados se les veía como pacientes, alumnos, aprendices, pero nunca como niños con sus propias necesidades y, básicamente, numerosas negligencias que dieron lugar a consecuencias dramáticas que han contribuido a la creación de los «orfanatos-mammouth», que acogían a cientos de niños. Unos lugares donde se sufría muchísimo.
Por supuesto, con la entrada de Rumanía en la Unión Europea en 2007, la situación material de los niños internados mejoró considerablemente. No obstante, el nivel de formación personal es a menudo insuficiente y a las mentalidades les cuesta evolucionar. En bastantes casos, y a pesar de las ayudas económicas existentes, los jóvenes abandonan el sistema a los 18 años, con una mochila de experiencias traumáticas y sin haber podido prepararse para la vida de forma independiente.
Con el fin de que los jóvenes dejen la comunidad, ¿trabajáis de forma específica la formación?
Trabajamos sobre el aprendizaje de las competencias necesarias para la vida independiente:
- Las competencias personales y sociales: gracias a un equipo de 3 educadores, los jóvenes aprenden a manejarse con la cocina, el trabajo del hogar, a tener en cuenta su higiene, su salud, gestionar su dinero y las relaciones interpersonales. A su vez, tienen una charla semanal con un educador de referencia, tienen la posibilidad de que les atienda un psicólogo cada semana y participan en grupos de apoyo y, en grupos pequeños, en talleres de formación un par de veces al mes.
- Las competencias profesionales: por medio de diferentes puestos de trabajo (hogar, cocina, reciclaje, venta, costura, etcétera), los jóvenes adquieren competencias básicas: puntualidad, trabajo en equipo, responsabilidad en el trabajo, ¡y también aprenden a dejar el móvil a un lado mientras trabajan!
¿Y en qué se convierten los jóvenes cuando acaban su proceso se inserción en la comunidad?
Cuando un joven está listo para trabajar fuera, le ayudamos a encontrar un empleo y mantenemos el contacto con la persona que le contrate hasta que su situación laboral sea estable. Por otro lado, durante su estancia en la comunidad, los jóvenes ahorran de forma obligatoria una parte de su salario; gracias a este dinero, que se completa con un préstamo de la asociación o un crédito bancario, quienes así lo deseen pueden comprar un piso cuando dejan la comunidad. En un contexto local poco favorable para los inquilinos, esta es la mejor opción para no acabar en la calle, además de ser una auténtica garantía de estabilidad personal. Los jóvenes continúan con seguimiento regular, en función de sus necesidades, y los beneficiarios de un préstamo por parte de la asociación no pueden revender sin nuestra aprobación, para así evitar que sean víctimas de malas artes. Desde 2019, 13 jóvenes han conseguido su propio alojamiento.
© Emmanuel Rabourdin